Hace apenas unos años, la Unión Europea lideraba la vanguardia en normativas para la conducción autónoma. Exigencias técnicas estrictas, certificaciones rigurosas y protocolos de seguridad pensados más para prevenir que para innovar. Sin embargo, la creciente presión del retorno de Donald Trump a la escena internacional está obligando a Bruselas a repensar su estrategia. El coche autónomo, lejos de ser sólo un asunto de movilidad, se ha convertido en una ficha clave de la geopolítica comercial entre las dos grandes potencias del Atlántico.
El cambio se plantea en un documento de alcance (scoping document) enviado el pasado 19 de mayo a los Estados miembros de la UE. En él se propone armonizar parte de la normativa europea con los estándares estadounidenses, menos exigentes en cuestiones como la supervisión humana o la responsabilidad en caso de accidente. Aunque no se trata aún de una decisión definitiva, la sola intención marca un giro importante respecto a la política de los últimos años.
La propuesta fue discutida de nuevo en una videollamada de una hora este lunes, en la que participaron la ministra de Economía alemana Katharina Reiche, el comisario europeo de comercio Maroš Šefčovič y los CEO de BMW, Volkswagen y Mercedes-Benz, tres pesos pesados que no quieren ver cómo sus vehículos se encarecen un 25% al cruzar el Atlántico.
Ese porcentaje no es hipotético: Trump ha amenazado con reinstaurar aranceles del 25% sobre los coches y piezas de automoción europeas, algo que ya se vivió durante su anterior mandato. La Unión Europea sabe que un enfrentamiento comercial de ese calibre podría afectar gravemente al corazón industrial del continente, sobre todo a Alemania, que exporta más de 600.000 vehículos al año a EE.UU.
La oferta europea no se queda ahí. El canciller alemán Friedrich Merz tiene previsto viajar esta misma semana a Washington para continuar las conversaciones. Según fuentes cercanas a la negociación, Berlín actúa como interlocutor privilegiado para calmar los ánimos del expresidente norteamericano y proteger los intereses de su potente industria automotriz.
El giro en las regulaciones sobre conducción autónoma no es menor. Hasta ahora, Bruselas había defendido a capa y espada su enfoque prudente frente al modelo estadounidense, más proclive a dejar a las empresas desarrollar e implementar tecnologías sin un marco legal restrictivo. En este sentido, el paso atrás de la UE podría suponer una oportunidad para empresas como Tesla, Waymo o Cruise, que verían despejado el camino para operar con más facilidad en Europa.
Pero también abre un debate incómodo: ¿está la UE sacrificando la seguridad y el control tecnológico por intereses comerciales? ¿Puede permitirse ir a remolque de Estados Unidos en una de las industrias clave del futuro?
En el fondo, esta propuesta revela hasta qué punto la movilidad eléctrica y autónoma ya no se decide solo en los laboratorios de ingeniería, sino en las salas de negociación de Bruselas y Washington.