El Ministerio de Defensa de Israel ha vetado el uso de vehículos de origen chino por parte de oficiales de su Ejército, tras una evaluación interna que los considera herramientas de recopilación de inteligencia camufladas sobre ruedas. En concreto, se ha cancelado la entrega de varios BYD ATTO 3 a tenientes coroneles, una decisión tomada a principios de año tras el aviso de expertos en ciberseguridad del país.
Israel ya utilizaba vehículos chinos en otras áreas del Ejército, incluidos los MG ZS eléctricos o los SUV Chery Tiggo 8 empleados por oficiales con familia. La diferencia ahora es que, por primera vez, se impide a altos mandos circular con coches a los que se les niega la entrada en instalaciones militares clasificadas.
La preocupación no está en los coches en sí, sino en lo que llevan dentro. Según el Dr. Harel Menashri, exmiembro del Shin Bet y actual responsable de ciberseguridad del Instituto de Tecnología de Holon, estos vehículos deben considerarse como nodos móviles de vigilancia. “Nunca me he topado con tecnología china que no transmita datos”, afirma. Los vehículos modernos incorporan cámaras, micrófonos, sensores biométricos y conexión permanente a servidores remotos. Y según él, cuando el coche es chino, esos servidores están en Pekín.
Aunque las autoridades israelíes han desactivado funciones como el e-Call —el sistema de llamada automática de emergencia—, los expertos creen que no basta. El riesgo no es sólo que se recopile información visual o de sonido, sino que esa información se use con fines de inteligencia, especialmente en entornos sensibles como bases militares o desplazamientos de altos cargos.
Este tipo de medidas no son exclusivas de Israel. Estados Unidos impuso en 2023 un arancel del 100% a la importación de coches eléctricos chinos por razones similares. Además, la administración Biden está avanzando en regulaciones que podrían prohibir la venta de vehículos “conectados” provenientes de China, argumentando que pueden ser controlados o desactivados remotamente.
El foco no está solo en los coches. Las cámaras de seguridad fabricadas por marcas chinas como Hikvision o Dahua están vetadas por el Pentágono desde 2018. Y desde 2021, su venta está directamente prohibida. Lo mismo ocurre con robots aspiradores conectados a wifi, con capacidad para mapear viviendas y registrar rutinas domésticas.
En septiembre de 2024, la alianza de inteligencia Five Eyes desmontó una red de espionaje digital atribuida al grupo chino Integrity Technology Group. Detectaron más de 260.000 dispositivos —entre cámaras y routers— operando en países aliados y accediendo a información sensible. A eso se suman las sospechas sobre TikTok, cuyo cierre en EE.UU. ha sido impulsado por el Departamento de Justicia alegando riesgos para la seguridad nacional.
La respuesta china, como es habitual, ha sido negar todas las acusaciones. Asegura que sus avances en inteligencia artificial y tecnología son fruto de la investigación, y no del robo de datos. Pekín considera que Occidente proyecta sus propias prácticas sobre terceros. Pero en paralelo, su legislación —como la Ley Antiterrorista de 2016— exige a empresas tecnológicas colaborar con las autoridades, incluso cediendo el control de sus sistemas.
Los temores de Israel se suman así a una larga lista de medidas preventivas que gobiernos occidentales están adoptando para limitar la presencia de tecnología china en infraestructuras críticas. Un escenario que va mucho más allá de la movilidad y que tiene en la inteligencia artificial, el big data y las redes 5G su próxima gran batalla.