El 29 de junio de 2010, Tesla debutó en el Nasdaq con una oferta pública de 226 millones de dólares. En aquel entonces, apenas había entregado algunos miles de Roadsters y su modelo estrella, el Model S, seguía en desarrollo. Invertir en Tesla era creer ciegamente en la capacidad de Elon Musk para crear una automotriz desde Silicon Valley, lejos del corazón industrial de Detroit.
Si alguien invirtió 10.000 dólares aquel día y mantuvo sus acciones, hoy tendría cerca de 3 millones. Una rentabilidad astronómica, fruto del éxito de los Model S, 3, X e Y, de su red de supercargadores y de la venta de créditos de emisión. Pero ese relato de éxito está atravesado por una volatilidad constante: en más de 40 ocasiones, el valor de la acción subió o bajó más de un 20 % en un solo mes.
Actualmente, Tesla atraviesa un periodo de dudas. Las ventas de coches eléctricos llevan dos años consecutivos cayendo, la competencia china presiona con modelos más baratos y modernos, y el Cybertruck no ha logrado despegar tras varios problemas técnicos. En Europa, las matriculaciones llevan cinco meses de caídas, especialmente en países como Alemania.
Musk, que no fundó Tesla pero tomó el control en 2008 tras una revuelta en el consejo, sigue siendo la cara visible y el factor de riesgo principal. Su implicación en política, especialmente tras su apoyo financiero a Donald Trump y su breve etapa liderando la agencia federal de eficiencia, ha afectado la percepción de la marca. En 2024, el valor de la marca Tesla cayó un 26 %, arrastrado por declaraciones y movimientos polémicos del propio Musk.
A pesar de su autodenominado «optimismo patológico», Musk afronta tensiones internas: la salida de ejecutivos clave como Milan Kovac y Omead Afshar, y la falta de renovación del catálogo de productos. Las promesas del robot humanoide Optimus y de la conducción autónoma total siguen sin materializarse del todo. La robotaxi, lanzada en pruebas limitadas en Texas, está lejos de competir con los servicios maduros de Waymo o Baidu.
Mientras tanto, el mercado castiga. En lo que va de 2025, la acción ha caído un 20 %, convirtiéndola en la tecnológica más castigada del año junto a Apple. Incluso la volatilidad política ha afectado directamente: tras una disputa con Trump en junio, las acciones cayeron un 14 % en un solo día por amenazas de retirar contratos públicos.
Tesla sigue siendo un referente global, pero ya no es una startup desafiante. Es una multinacional con expectativas enormes y un fundador que polariza. Si los próximos 15 años serán igual de brillantes que los primeros, dependerá de su capacidad de innovar y de navegar con cuidado las aguas cada vez más políticas en las que está inmersa.